Vicky

Cuando entramos dentro del edificio en el que se supone que voy a reencontrarme (en mi caso, conocer) a mi futuro marido, me hacen esperar antes de entrar en la sala. La doncella que me acompaña nota que me estoy poniendo más nerviosa aún e intenta tranquilizarme diciendo que es un procedimiento de protocolo y que ahora uno de los guardias de la puerta anunciará mi entrada. Realmente sé que todo eso se hace por tal y por cual, lo he visto en las películas, pero decido callarme (porque de primeras no entendería el término “película”) y no quiero ser desagradable. El guardia me dice que me sitúe tras él para entrar mientras la doncella me da los últimos toques al traje y me aconseja sobre cómo comportarme. Respiro hondo por última vez y asiento con la cabeza indicando al guardia que estoy preparada. Se abren las puertas y el guardia anuncia mi entrada diciendo solo mi nombre y terminando con “futura princesa de la corona”. Normalmente en las películas los príncipes se suelen casar con otras princesas y cuando se presentan a estas señalan al reino al que pertenecen. En este caso no. Decido no darle importancia a ese detalle y me abro paso tímidamente a la sala. Veo una gran mesa llena de manjares y dos chicas jóvenes en pie. Por sus vestimentas supongo que serán hermanas o parientes muy cercanos al príncipe. La más mayor tiene el pelo rizado y moreno de claros ojos azules, los cuales parecen desprender ternura hacia mí. Viste un traje muy similar al mío solo que el suyo es de un color blanco. La más pequeña tiene el pelo liso y castaño y los mismos ojos que la otra chica, la que supongo que será su hermana. Viste un traje de terciopelo de un rojo intenso. Yo me quedo parada pues no sé reaccionar. Las dos chicas se miran y sonríen. Ambas se dirigen a mí y con paso muy elegante.

- Bienvenida de nuevo, Samanta. Nos alegra de nuevo tenerte en palacio y esperamos que ya te quedes de manera definitiva.

- Eso espero yo también, majestad. –Contesto, haciendo una reverencia a la chica mayor que es quién me ha hablado. También cruzo los dedos para que sean algo perteneciente a la realiza porque si no he metido la pata-

- Oh, vamos. No nos llames a ninguna majestad. Tú también pronto lo serás así que tutéanos.

- Claro… eh… -Quiero decir su nombre, pero como todo, no me acuerdo.- perdona, estoy tan nerviosa que no me salen ni vuestros nombres. –Contesto mientras me río tímidamente-

- Entiendo, no te preocupes. Pues acuérdate, yo soy Katherine y ella Laura.

- De acuerdo, ahora ya sí que no me olvidaré.

No me canso de repetirlo, el teatro es lo mío. Si sigo actuando bien, conseguiré que parezca que lo recuerdo todo. Me indican en que silla me tengo que sentar, pero hago como ellas y me quedo en pie. Ellas me miran y me sonríen, parece ser que notan mi nerviosismo. Les pregunto que dónde está el príncipe y Laura me contesta “William no tardará en llegar, no te preocupes y tranquilízate”. Me ha venido de perlas que conteste de esa manera, así ya sé el nombre de mi prometido.

Desde que Laura dijo que no tardaría en llegar pasa casi una hora. Al final nos hemos sentado, pues estamos cansadas. Katherine dice que si tarda media hora más empezaremos a cenar. No conozco de nada al príncipe, pero me siento como si me hubieren dejado plantada en una primera cita. Bueno, en cierto modo esto es algo muy parecido a una cita, supongo. Mientras espero me pongo a juguetear con un tenedor. Pasa la media hora dictada por Katherine y empezamos a cenar. Estamos cerca de una hora cenando y hablando. Me preguntan cómo me encuentro después del largo viaje y cómo fue que me asaltaron por el camino. Yo les digo que no me acuerdo de nada y ellas lo respetan. Me dicen que mañana por la mañana después de desayunar me enseñarán el castillo entero y las funciones que haré como reina. Eso me ha extrañado pues si me voy a casar con un príncipe seré princesa no reina, a lo que ellas contestan que su hermano sigue siendo príncipe porque aún no ha casado. Aún así, la cosa me sigue sin cuadrar, pero al igual que al principio de esto, decido ignorarlo. Ellas me siguen hablando, pero se dan cuenta de que no estoy muy entusiasmada. Me siento dolida por algo que ya parece obvio y que no repetiré. Cuando acabamos de cenar, Katherine se ofrece a acompañarme a mi habitación o “aposento” como dice ella. Yo acepto y vamos caminando hasta el gran patio interior de antes. La verdad es que es maravilloso. En el centro hay una fuente enorme de mármol. El agua cae de unos cuencos que sostienen unas ninfas también de mármol. Todo el suelo del patio es de piedra y está rodeado de rosales de rosas blancas y rojas. Insisto en que es realmente bello y que por mi me quedaría horas y horas en él. Como si los dioses del más alto Olimpo (aunque soy cristiana) me hubieren escuchado, Katherine me ofrece sentarme con ella en el bordillo de la fuente par hablar. Yo sin duda alguna acepto, pues creo saber el tema de la conversación que vamos a mantener.

- Sé que te ha dolido que mi hermano no haya aparecido. No es normal en él pero… solo te aseguro que si no lo ha hecho es por algo realmente importante. No sabes lo que deseaba él poder cenar hoy contigo, lleva meses diciéndolo. Y ya no te imaginas el tiempo que lleva deseando que llegues para quedarte definitivamente. Solo te pido, que no se lo tengas en cuenta.

- Sí, me ha dolido pero ya suponía que si no ha venido debe de ser por algo más importante que yo o… una cena.

- Con ese argumento ya se lo estás tomando en cuenta. –Me replica ella con ternura. Tendrá la misma edad que yo pero siento que me trata como si fuere su hija.-

- No te preocupes Katherine, no le tomo nada en cuenta, es solo que me ha dolido porque vengo de no sé donde solo para cenar con él y… no aparece.

- ¿Sólo para cenar? ¿No venías ya para casarte y quedarte?

- Verás… a ver… si te lo explico no me creerás porque es una locura.

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir qué llevo aquí desde esta mañana que me desperté en un prado. Es decir, llevo en este mundo no llega a veinticuatro horas. Por eso no sabía vuestros nombres, ni me acordaba de lo que me pasó en ese asalto ni recuerdo porque me voy a casar con tú hermano… lo sé, es una locura pero…

- No es una locura créeme. Nosotros tampoco te conocemos a ti, hoy era la primera vez que te veríamos al igual que mi hermano. Él tampoco sabe porque se va a casar contigo ni nada.

- Entonces… ¿qué es lo qué está pasando aquí?

- Nosotros no llevaremos aquí más de un año. Ya no puedo decirte más… debes seguir leyendo el libro para saber más.

- ¿El libro?

- Así es, pero eso solo puedes hacer cuando vuelvas al mundo real. Ahora solo compórtate como si de esta conversación no te acuerdes.

- Bueno, entonces ¿cómo me caso? Si ni tu hermano ni yo nos conocemos, ¡No podemos casarnos!

- Lo haréis, porque según el libro no os conocéis pero… bueno, –Hace una pausa y se ríe- eso mejor dejo que lo descubras tú.

- De acuerdo pero… entonces eso de que tu hermano tenía muchísimas ganas de verme y ansiaba que me casare con él… ¿es todo una mentira que me acabas de contar?

- No, eso es cierto. Él sí que sabe lo que va a pasar, por eso lo ansía. Con esto que te he contado ya te estoy avanzando que lo que va a pasar será bueno.

- Vale, pero otra cosa.

- No te voy a desvelar nada más del libro.

- No es sobre algo que tú has dicho. Dices que si quiero saber más, debo leer el libro cuando regrese al mundo real. Pero, ¿cómo leo un libro que está en blanco?

- ¿En blanco dices?

- Sí, cuando empecé a leerlo, leí la primera frase que decía “Una fría mañana me despierto en un prado verde…” y ahí dejé de leer porque me aburría. Entonces, una especie de fuerza me impulsó a girar la página pero estaba en blanco y así todo el libro.

- Oh, oh…

- ¿Qué pasa?

- Que entonces eso quiere decir que la historia se debe reescribir, por lo cual ahora nadie sabemos que va a pasar.

- ¿Entonces ya no me voy a casar?

- Puede que sí o puede que no. Algunas cosas pueden seguir igual pero la mayoría se debe reescribir.

- ¿Debemos prepararnos para algo gordo?

- Probablemente.

Vicky

Noto que alguien me toca cuidadosamente el hombro. Emito un gruñido dando a entender que no quería ser despertada. El teatro es algo que nunca se me dio mal, solo que nunca he tenido mi oportunidad en Hollywood. El hombre insiste y a regañadientes comienzo a abrir los ojos.

- Suerte que la encontramos, en palacio se comenzaban a preocupar.

- ¿Por mí?

- Por supuesto, llevamos días buscándola. No sabemos bien lo que pasó, pero algo por el camino le asaltó. El príncipe no quiso creerlo pues lo dijo un juglar que se hacía pasar por adivino, pero cuando vimos que se retrasaba unos días decidió creerle y nos mandó buscar.

- Eh no, pero yo…

- No hable, debe estar agotada. La llevaremos al castillo a que le vea un médico y pueda descansar.

No entiendo nada. Yo estoy perdida y no conozco nada de este “mundo” pero todo me conoce a mí. Al menos creo que no corro peligro pues parecen preocuparse por mí. Han dicho que me asaltaron, eso puede explicar por qué tengo una herida en la cabeza. ¿A qué iría yo a un castillo? Quisiera preguntarles a ellos, pero me da miedo meter la pata. Pero la curiosidad me mata, así que decido hacerlo con sutileza.

- ¿A qué iba yo a palacio?

- ¿No lo recordáis? –Hace una pausa y comienza a reírse- vais a convertiros en princesa.

- Convertirme… ¿en princesa?

- Vais a casaros con el príncipe, ¿no lo recordáis?

- Pero el príncipe… ¿está bueno? –Pregunto, haciendo como si no escuchase la última pregunta, puesto está claro que no recuerdo nada.-

- ¿Si está bueno? No sé, ninguno de nosotros le ha probado.

- Bueno… quizás es que no me he expresado muy bien… -Se me olvidaba que estoy en una época muy diferente a la mía.- Me refería a si el príncipe es guapo.

- Eso es algo que debéis juzgar vos, su futura majestad.

Anda que a mí también se me ocurre cada cosa… me voy a casar con alguien a quién no conozco, es decir me voy a casar y solo se me ocurre pensar si el tío o príncipe está bueno. Ahora mismo, cuanto desearía despertar de esto sí es un sueño, despertar en mi cama y devolver el dichoso libro, porque de eso si que estoy segura que es cierto.

El camino empieza a ser largo e incomodo. Entre mis ropajes con los que estoy pasando un calor infernal y el caballo que no es un transporte muy cómodo, lo estoy pasando bastante mal. El general parece darse cuenta de mi malestar y me intenta tranquilizar diciéndome que queda poco. Me avisa de que aquello que se ve a lo lejos es el castillo. La verdad es que es una maravilla. Cuando de verdad queda poco, empieza a entrarme una sensación de mariposas en el estómago y me empiezo a poner nerviosa. Al principio no entiendo el porqué, pero no tardo mucho en darme cuenta de la razón.

La cabeza cada vez me pesaba más y más. Ya no solo me dolía la herida, ya era toda la cabeza. Solo tenía ganas de llegar y dormir horas y horas. Cuando estamos ya en la puerta del castillo nos detenemos. El general parece hablar con uno de los guardias que hay en lo que parece ser un puente levadizo. No hablan más de dos minutos cuando el guardia asiente con la cabeza y da el aviso para que abran las puertas. El soldado que me acompaña en el caballo se da cuenta de mi reacción. Me duele tanto la cabeza que estoy a punto de desmayarme. Lo último que alcanzo a oír es que me cojan antes de caerme.

Me despierto algo aturdida. No sé exactamente dónde estoy hasta que recuerdo que es todo lo que ha pasado. Me encuentro en una habitación espaciosa, de techo alto y de muebles muy lujosos. La cama es bastante cómoda y espaciosa también. Me doy cuenta que ya no llevo la agobiante cota de malla ni el corsé. En su lugar visto un camisón blanco y mucho más cómodo. Intento incorporarme en la cama, pero me es imposible. La cabeza me sigue dando vueltas. Me la toco y me doy cuenta que la llevo vendada. Al tocármela noto un punzante dolor lo cual hace que me queje. Oigo en la puerta una serie de susurros que se oyen claramente cuando esta se abre. Aparecen dos doncellas que se dirigen hacia mí sonriendo.

- ¿Cómo os encontráis?

- Creo que bien, me duele un poco la cabeza pero nada grave.

- ¿Cree que podrá incorporarse para la cena con el príncipe? Si no podéis no os preocupéis. Él solo desea que os encontréis bien.

Cuando menciona “cena con el príncipe” me entran de nuevo los nervios. Más que nervios es miedo a lo que voy a hacer. También podría negarme a casarme, pero como siempre tengo que estar razonando… ¿Y si no estoy en mi cuerpo y estoy en el cuerpo de otra chica? Yo solo recuerdo a partir de despertarme en el prado aquel. No recuerdo nada de que me asaltaran y mucho menos de por qué me voy a casar. Así que aunque tenga mucho miedo, no voy a arruinarle la vida a la dueña del cuerpo en el que estoy si es que no estoy en el mío. La doncella está esperando mi respuesta a lo que yo contesto que me encuentro bien y que deseo muchísimo cenar con el príncipe. Lo he dicho con tal entusiasmo que la mentira ha colado a la perfección, ya dije que el teatro era lo mío. La doncella con incluso más entusiasmo que yo abre el armario y empieza a sacar lujosos trajes. Yo me estaba quedando un poco impresionada y me da por mirar a la otra doncella. Está apoyada en la puerta riéndose. Ya es una mujer de entrada edad mientras que la otra es mucho más joven, más o menos de mi edad. Cuando ya ha vaciado el armario entero me pregunta que traje me gustaría llevar en la cena. Ha sacado tantos, a cuál más hermoso, que me sería imposible elegir. Finalmente escojo un traje de terciopelo de un color esmeralda intenso, muy ceñido en la parte del tronco y caída rasa de cintura para abajo. Es un traje muy sencillo pero a la vez hermoso. Después de estar más de media hora intentándomelo poner (había necesitado la ayuda de las dos doncellas) iba a mirarme al espejo. Deseaba que al verme en él, mi reflejo no fuere el mío si no el de otra chica, si la teoría de que yo estaba en otro cuerpo era cierta. Cuando me miro, me veo a mí, pero mi rostro y mi cuerpo eran como más finos. Ya no parecía tener dieciséis años si no unos diecinueve o veinte. La verdad es que me quedo embobada delante del espejo durante unos minutos, pues con el traje me veía hermosa aunque la herida de la cabeza no es muy coqueta. La doncella más joven seguía entusiasmada y se ofrece a peinarme. Me hace un moño muy simple por detrás, con discretos rizos cayendo por todos lados. Ahora sí que de verdad me veo hermosa. Pero la felicidad me dura poco cuando recuerdo de nuevo por qué estoy aquí. Pero ahora que sé que soy yo y no otra persona, puedo negarme a hacer cualquier cosa que no desee. Bueno, se supone que puedo negarme.

Cada minuto que pasa más miedo tengo. Las doncellas hace rato que me dejaron sola para que descansara un poco más antes de la cena. Lo más seguro es que la mentira me cueste cara, porque la cabeza cada vez me da más vueltas. Ahora que tengo la herida al descubierto, no me atrevo ni a tocarme la frente. Decido sentarme en un sillón que hay al lado de la ventana. Es tan grande, que casi cabe todo mi cuerpo en el asiento. Me siento de lado mirando la ventana y apoyo mi cabeza sobre mi mano. Sin duda alguna las vistas son maravillosas. El castillo da de cara al mar. Son aguas azules, claras y cristalinas; simplemente maravillosas. La costa desde aquí parece de arena blanca y fina y lo demás, montañas, praderas y un largo etcétera de un verde intenso. Mirando el paisaje parece que se me olviden todo los problemas y me relajo de tal manera que me acabo durmiendo.

Cuando la misma doncella de antes me despierta, ya es de noche. Cuando miro por la ventana ya no puedo ver nada. Me levanto lentamente un poco aturdida y me quejo de la cabeza. La doncella me mira como diciendo “si te encuentras mal, quédate aquí”, pero siento tanta curiosidad que digo que no se preocupe, que me encuentro bien. Salgo por primera vez de la habitación. Los pasillos son largos, fríos y oscuros. A cada ciertos metros hay antorchas para iluminarlos, pero de poco sirven. Si no fuera porque me acompañan las doncellas, ya me hubiere perdido. A mitad camino me avisan de que el comedor está en otro de los edificios que forman el castillo y que tenemos que cruzar por un patio interior. Cuando salimos al patio, me entran de nuevo los nervios. Fuera hace muchísimo frío y me acuerdo de cuando por la mañana me he despertado en el prado aquel. En un solo día, he vivido muchísimos acontecimientos y algo me dice dentro de mí, que son poco comparado con los que van a venir.

Vicky
Sigue lloviendo. Son las tres de la mañana y estoy sentada en mi cama dudando de que hacer. Loca o no, algo está pasando aquí y creo que puedo saber qué es. Enciendo la luz de mi mesilla y cojo el libro. A simple vista parece normal, un libro muy antiguo pues está desgastado y que por el título parece de fantasía y huele ha aburrido. “Crónicas de un sueño”. Por favor… ¿quién escribiría esto? Miro el reverso y me sorprendo a no encontrar autor. Lo ojeo delicadamente pues es viejo y como es un libro de biblioteca no me gustaría romperlo y luego llevarme la bronca del tío ese. Puesto que el título no me atraía demasiado, decido leerme la última página del libro.

“El poder de la mente es más de lo que los humanos creemos.”

Solo me salen dos palabras: qué ridículo. Esto parece un relato de un aficionado intentando imitar a Tolkien o Lewis, solo que con un final más trágico. Si esto se llevare a una película de cine, no creo que durara mucho. Aún así, tengo ganas de reírme un rato. Me pongo en la primera página y comienzo a leer el relato. El libro empieza: “Una fría mañana me despierto en un prado verde…”
Ya el principio me aburre. Sé que debería leerme al menos unos cuantos párrafos, pero paso. Mañana por la mañana en cuanto me levante devuelvo el libro, no quiero tenerlo más en mis manos. Sea lo que fuere el tipo de atracción que sentía hacia él deben ser imaginaciones mías. Aún así giro la hoja, pues de nuevo esa extraña fuerza me impulsa a hacerlo. No puede ser… ¡Está toda en blanco! Paso página por página buscando señas de tinta, o palabras… nada. Todas las hojas que antes había visto escritas están ahora en blanco…
Decido dejar el libro e intentar dormirme de nuevo. Esto ya comienza a asustarme, y me vuelvo a decir a mi misma que son imaginaciones mías, que el estar sola me está empezando a volver loca. Me cuesta un poco dormirme de nuevo, pero termino por hacerlo.

<< Hace bastante frío aquí y mi cama está más dura de lo normal… espera un momento, esto no es mi cama. Esto es… hierba, hierba húmeda, pero ¿dónde estoy? Miro a mí alrededor y me doy cuenta de que esto no es mi cuarto. No veo mi escritorio, mi armario, mi ordenador… no hay nada de eso. En su lugar solo hay árboles, hierba y más hierba. Está todo muy oscuro y no veo nada, aunque a lo lejos parece que comience a amanecer. Supongo que serán las cinco o seis de la mañana. Pero lo que me preocupa es por qué estoy aquí y no en mi cama durmiendo como debería estar haciendo. Me pongo en pie poco a poco y me doy cuenta que tengo el costado mojado por el rocío que cubre la hierba en la cual estaba tumbada, por lo cual ahora tengo aún más frío. Me empieza a doler la cabeza. Inspecciono un poco el lugar, y me doy cuenta que estoy en una especie de prado. A pesar de la oscuridad que inunda el lugar, los primeros rayos de sol que asoman me permiten apenas diferenciar lo que parece un verde y frondoso bosque. Verde y frondoso bosque… bosque frondoso y verde y criaturas de fábula. Eso es lo que había escrito en la primera página del dichoso libro. Si ya estoy viendo el bosque… no, eso es ridículo. No creo que vayan a aparecer criaturas de fábula. De todas formas, estando aquí en medio no me da mucha seguridad. Quizás esté soñando. No es la primera vez que sueño con algo o alguien que he visto en una película, o incluso algo que he leído. Pero que yo recuerde, nunca he razonado en sueños. Mi vestimenta es extraña, como de las películas de la edad media. Llevo un vestido, y en la parte de arriba como un corsé de cuero. Debajo del corsé y por los brazos a modo de media manga llevo lo que parece ser una cota de malla. Voy vestida como si fuese a combatir en una guerra o algo parecido, pero no llevo ninguna especie de arma. Ni espada, ni arco. Ni… no me sé más armas. Ahora es cuando ya sí que me empiezo a preocupar. Esto no parece un sueño pero no le encuentro explicación alguna a como he llegado hasta aquí. Decido dejar de razonar y continúo andando. Penetro dentro del bosque, aunque no sé si es menos seguro que el prado. Aquí me puedo ocultar detrás de los árboles o esconderme de cualquier peligro, pero si ahora me aparecen criaturas de fábula, de poco me va a servir. Prefiero no pensar y continuar andando.

<< No sé cuantas horas llevo andando. Ahora el sol está bien alto, por lo cual supongo que serán las once o doce del medio día. Sigo dentro del bosque y la cabeza me sigue doliendo. Creo que me he perdido porque no encuentro salida alguna. De pronto escucho como sonidos metálicos y relinches. Caballeros y caballos. Me escondo como puedo detrás de un tronco caído. Llegan al mismo lugar en el que estoy, pero no me atrevo a mirar por si me descubren.

- Es aquí, huele a humano. Así que debe de estar por aquí escondido.
- ¿Seguro que no confundes el olor de los soldados con el del intruso?
- Estoy seguro.
- De acuerdo. ¡Soldados! Poneros a buscar.

Silencio. No entiendo nada de lo que está pasando, pero creo que el “intruso” soy yo. Decido hacerme la dormida por si acaso me descubren, no crean que estaba haciendo lo que se supone que he hecho. Yo no creo haber hecho nada malo, ni si quera sé porque estoy aquí.

Decido comenzar mi plan de hacerme la dormida. Intento no hacer ruido al recostarme, pero al estar sentada encima de cortezas secas de árbol, se oye un fuerte crujido. Rápidamente me tumbo y espero que se crean que el ruido lo he hecho mientras dormía. No han tardado en darse cuenta de dónde estaba. Noto como todos vienen hacia mí.

- Aquí está. Despertadla y llevadla al castillo. Creo que el príncipe se alegrará de verla. Además que debería visitarla ese viejo loco que se hace llamar médico, la brecha que tiene en la cabeza no tiene muy buena pinta.
- ¿La llevamos primero ante el príncipe o al viejo loco, general?
- Ante el príncipe, y que sea él quien decida qué hacer con ella.

Con razón me dolía tanto la cabeza, parece ser que tengo una herida y no con muy buena pinta. ¿Cómo me la he hecho? No tengo ni idea. Ahora tengo que pensar cómo reaccionar.
Por la poca conversación que han mantenido, parece ser que no me quieran hacer daño ahora, pues han hablado de un viejo loco que se hace llamar médico. Eso ya no me da tanta seguridad y cuando también pienso que han dicho que depende de lo que diga el príncipe ese ya sí que no me siento segura.
Vicky

Era un día lluvioso de junio. Ya habían terminado las clases, y sin yo misma podérmelo creer, no había nadie. Llamara a quién llamase, siempre comunicaba o se encontraban indispuestos para poder quedar conmigo y hacer algo juntos. Mis amigas desaparecieron del mapa, estaban muy ocupadas con sus "ligues" y mi novio se había ido de vacaciones. Mis padres se pasaban todo el día trabajando y mi hermano no es que digamos el mayor entretenimiento del mundo. Internet tampoco me servía ya para distraerme. Todas las redes sociales a las que pertenecía y chats, estaban vacíos, todo el mundo estaba desconectado. Estaba sola.

Hoy, un día lluvioso de junio, he optado por la solución más loca para una adolescente de dieciséis años: ir a la biblioteca. No es que no me gustase leer, pero estaba visto que mi vida era más agitada e interesante antes de las vacaciones, por lo cual la lectura era algo obligatorio en mi vida. Pero ahora que parecía el único ser de la tierra, ¿qué o quién me iba impedir hacerlo? Sin pensármelo dos veces he entrado en la biblioteca. Está vacía. Solo estamos yo y el tío antipático de la perilla, el bibliotecario.

Me paseo por las filas de libros, ninguno me llama la atención, está visto que la literatura épica no es lo mío, ni si quiera sé porque me molesto en pasar por esta sección. Ando un poco perdida, no sé dónde está la literatura juvenil, pero por tal de no preguntarle al antipático, prefiero encontrarme yo solita. Poesía, literatura histórica… nada atrae mi atención. Estoy por darme por vencida, cuando de pronto noto como si algo me atrajese, algo que desconozco y no sé de dónde proviene. No puedo avanzar. Sin saber por qué, me giro hacia atrás y avanzo lentamente. No sé hacia dónde me dirijo. Algo me empuja hacia delante y como no frene a tiempo lo más seguro es que me acabe dejando la cara en la estantería de enfrente.

En el momento exacto, me paro. Pasan unos minutos que me parecen largas horas. Me empiezo a incomodar porque sé que el bibliotecario antipático me está mirando a mis espaldas y aunque no pueda verle el rostro, sé que no es de muy buena manera. En cuanto mi cuerpo reacciona a mis impulsos cojo el primer libro que hay en la estantería y me dirijo hacia el mostrador para que el bibliotecario me cheque el libro. Como no era de extrañar no tiene muy buena cara y mientras hace su trabajo, me dice de mala manera “Ya era hora de que eligieses libro. Dos horas delante de la estantería…”. Supongo que lo ha dicho como una forma de hablar, pues a pesar de que me han parecido largas horas estar en ese pasillo atraída por fuerzas que aún desconozco, dudo mucho de qué verdad hayan pasado horas.

Salgo de la biblioteca corriendo. La lluvia no ha hecho nada más que fuerte, y las nubes cada vez amenazan una llovizna aún peor.

Cuando llego a mi casa, mis padres no están y mi hermano tampoco. Cuando me doy cuenta, estoy alterada y he llegado a casa como huyendo. Creo que he estado huyendo de esa fuerza que me ha mantenido petrificada en la biblioteca. Creo que el no tener contacto humano con otras personas, la soledad, están empezando a hacer mella en mí, y eso parece que me esté volviendo loca. Decido quitar esa estúpida idea de mi cabeza e intento seguir con mi vida normal. Dejo el libro encima de mi cama y me dispongo a darme una ducha. Quizás eso me relaje. Empiezo a llenar la bañera mientras yo estoy sentada en el bordillo de ésta. Envuelta en mi albornoz me doy cuenta de que sigo intranquila. Mientras me sumerjo en el agua caliente, vuelvo a recordar todo lo sucedido en la biblioteca y recuerdo que ni siquiera sé qué libro he cogido. Lo más seguro es que empiece a leerlo cuando acabe de cenar.

Acaban de llegar mis padres y mi hermano de comprar. Desde la puerta oigo como mi padre me grita para que les ayude con las bolsas de la compra que quedan en el ascensor. No me queda opción alguna si no me quiero quedar castigada aunque de todas formas para lo que salgo a la calle me parecería algo insignificante. Meto las bolsas en la cocina y me llevo la bronca por romper tres huevos de una docena. Bueno, al menos he conseguido hacer lo más parecido a un huevo revuelto de todos los intentos que he hecho de ello en mi vida.

Antes menciono esa pequeña anécdota que antes sucede. Llega la hora de la cena, ¿y qué me encuentro para cenar? Huevos revueltos. No sé por qué se me ocurre preguntarle a mi madre si esos huevos eran los que yo había roto cuando ella me contesta que así era. Cuando se percata de la cara de asco que se me pone de solo pensarlo, intenta arreglarlo diciendo que era una mala broma. Acabamos de cenar y me mandan quitar la mesa y secar los platos. Debo hacerlo si no me quiero quedar castigada…

Cuando por fin termino las tareas mandadas, me siento en el sofá a ver si por fin hay algo de provecho en la tele. Cuando casi noto que mis ojos se cierran, me acuerdo de que tenía que empezar a leer el libro. Me lo pienso dos veces y me decido a dejarlo para mañana. Después del día tan extraño que he tenido hoy, solo me apetece irme a dormir. Me despido de todos con un “buenas noches” y me meto en la cama. No tardo nada en dormirme, pero cerca de las tres de la mañana me despierto. De nuevo esa sensación de que algo me atrae, solo que esta vez puedo seguir controlando mi cuerpo. Miro lentamente a mí alrededor. Estoy nerviosa, pero no siento miedo. Mi mirada, aún intentándose acostumbrar a la penumbra en la que mi habitación estaba sumergida, se posa sobre los pies de mi cama. Si mal no recuerdo, por la tarde dejé ahí el libro y no lo dejé en el escritorio cuando me acosté. Parece ser que la extraña fuerza se ha dado cuenta de en qué me estoy fijando y deja de presionarme. Parece de locos, pero creo entender lo que pasa. El libro me llama.